De gatos y tiempos perdidos.

 La luna me mira desde la orilla de la cama, es de madrugada y la luz de un sol impertinente de verano nos ha despertado antes que el despertador. Yo ya no tengo sueño ni ganas de alzarme. En el cuarto de al lado duerme John, él tiene ciertas manías y no podemos compartir cuarto ni cama, esto nos va de maravillas a Luna y a mí porque nos ha dejado la cama grande para nosotras solitas y podemos pasar las madrugadas a vernos perder el tiempo, somos unas grandes perdedoras de tiempo nosotras dos.

El otro día por ejemplo, nos despertó el ruido del tren pero por esta zona de la ciudad no pasan trenes, así nos levantamos de puntillas a ver de donde provenía semejante ruido. Buscamos por todas partes y al final decidimos ponernos las pantuflas y salir a buscar por ahí, a esas horas es muy lindo caminar por las calles, la noche tiene cierta fascinación difícil de igualar, ni la luz naranja de la tarde le gana. Caminamos por un buen rato hasta que a Luna le dio por subirse a un árbol, a la muy tonta se le olvidó que es buena para subir árboles pero ni hablar de darse la vuelta y bajar... esto ya nos había pasado antes con muy tristes resultados: yo que intento subir a por ella y que me resbalo, se me tuerce un tobillo y pasamos dos horas estúpidamente esperando que John se despierte y vea que no estamos y que venga a rescatarnos, al final no llegó pero un señor muy amable bajó a Luna y yo logré de a poco caminar y regresamos como si nada. John ya se había ido a trabajar, pero mejor así, si hubiera sabido de nuestra aventura, seguro nos cerraba a llave y no hay nada peor que estar encerrado.



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