mirando por la ventana II

La señora Cienfuegos y mi madre se volvieron grandes amigas, era extraño ver a estas dos juntas, sobretodo al principio; cuando la influencia de una con la otra no era evidente. Se les veía pasar en la mañana, una siempre en pantalones deportivos y sudadera un poco deformada, despeinada, con la cara lavada, delgada y alta, junto a esta señora siempre vestida impecable, las cejas depiladas y siempre el maquillaje listo, no importaba la hora, sus cien kilos casi todos en la parte baja del cuerpo, era como ver una matriuska a punto de abrirse y dejar salir muchas más como ella de dentro. Tal vez así era como había hecho salir de sí a esas tres que eran sus hijas, si mi madre y la madre de estas princesas habían estrecho lazos, yo con estas tres no me sentía para nada a mi gusto. Fue desde el primer día en el que tuvimos que irnos juntas a esperar el camión, las dos más grandes ni siquiera me contestaron cuando les dí los buenos días, se miraban las uñas y se arreglaban el copete enorme que a mí me parecía tan absurdo, yo tenía 13 años pero la moda de los años ochenta me daba asco, al menos esa moda estilo timbiriche y pandora, estas tres parecían esas otras tres cursis; la más joven sí me contestó porque iríamos juntas y además en la misma escuela. Su primera pregunta fue: ¿Cuántos hijos quieres tener? Estás haciendo la susanita de quino, le dije. No sabía quién era Quino, me volvió a mirar desde esos ojos delineados ya a 14 años, rascándose la nariz con las uñas más largas que yo hubiera visto, rojas igual que rojos eran sus labios. qué rara tipa, pensé.

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