cajita de cristal con reflejos de sol.

Vivían en un campo abierto, lleno de flores, sol y naturaleza, de esos paisajes de quitar el aliento por los que caminas y caminas para llegar a aquél punto que se ve de lejos y no llegas jamás. Se decían felices, pero algo faltaba y antes de saber qué les faltaba algo les empezó a sobrar.
Una invasión extranjera.
Extranjero como tú y como yo cuando no estamos en casa, así estos extraños llegaron y ellos algo tuvieron que hacer...
Era verdad que parecían iguales, más pequeños tal vez, tal vez más altos,
oscuros de piel, aunque con cabellos de oro
con pelo porque unos decían así, cabellos y los otros pelo, esa era una gran diferencia, no se podía vivir así.
Así que hicieron una junta en su kiosco central y supieron lo que tenían que hacer.
De ninguna manera iban a compartir su aire puro y sus flores, su naturaleza era sólo para ellos, por algo habían estado ahí desde que tuvieran memoria... A decir verdad sólo uno de ellos lo recordaba, llegaron de muy lejos cuando era apenas un niño. Sus padres tuvieron que irse de.. no recordaba... y encontraron este lugar, era ya suyo.
Empezó la gran construcción de la cajita de cristal, explotaron la minera, construyeron caminos de piedras para hacer más fácil la construcción, la cosa se volvió pesada y contrataron a algunos de los extranjeros para terminar lo antes posible. Los extranjeros trabajaban en las mañanas y ellos en las tardes, no querían contaminarse con las costumbres tan extrañas de los extranjeros. Algunos de ellos espiaban, los extranjeros cantaban mientras trabajaban, se tiraban al suelo cada hora y miraban hacia el cielo. ¡Seguramente planeaban algo en su contra!
Impusieron reglas estrictas, nada de cantar ni de tirarse al piso.
Los extranjeros después de un tiempo y de tratar de hacer amigos, llevando pan de grano y agua miel decidieron partir, dejando la construcción de la cajita de cristal a medias, lo que ellos celebraron con una gran fiesta, decidiendo trabajar horas extras y cancelar las fiestas hasta nuevo aviso, hasta que la cajita de cristal estuviera terminada.
La terminaron, el pueblo era pequeño y no necesitaban de tanto espacio.
Pero el reflejo del sol atrajo a más extraños. Les miraban desde el otro lado, les bloqueaban la vista de su maravilloso valle y sus flores, además tenían que vivir viendo esas pieles extrañas, amarillas, rojas, negras, blancas, escuchando esos sonidos extraños, oliendo esos gûisos tan repulsivos, esa gente, si así se podía llamar, era en verdad terrible, ¿Cómo el buen dios permitía tanta bajeza? Bueno, era claro que su buen dios era otro y el de los extraños era uno malo, seguro.
Decidieron sellar la cajita por dentro y empezaron las sugerencias para evitar verles.
!!Espejos!!
sí, espejos gritaron todos en la reunión en el kiosco.




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