Pan de muerto

 Algunos dicen que es normal sentirse triste con la llegada del otoño, visto que todo cae, las hojas de los árboles, el pelo de los animales, mi pelo, la temperatura del planeta, el ánimo de la gente...

Yo no me había sentido así de triste sin razón alguna, sobretodo en otoño, mi estación favorita. Me gusta caminar sobre las hojas secas y sentirles crujir, el color del cielo, azul total, la luz que se filtra por entre las ramas de los árboles a eso de las cuatro de la tarde, el viento despeinando mi ya despeinada melena. Nunca se me hubiera ocurrido usar la palabra melena, me imagino un león  de la selva bien encabronado, me imagino a mí mismo un León encabronado con todos, menos con el viento que despeina mi melena. 

La tristeza se unió a la lejanía y a sabores que echo de menos, que tal vez me podrían ayudar a pasar este momento de infelicidad.  Decidí probar con la receta de la ojaldra, no hojaldre que eso es otra cosa, la ojaldra también conocida como pan de muerto, ese panchito esponjoso con sabor a muertos, a día de muertos en México, se me  olvidó decir que en otoño también llegan los muertos y con ellos no sólo el pan de muerto, llega él cempasúchil, el incienso, las velas, los altares, los calzoncillos y el anís. Mientras mezclo el harina y azúcar, la mantequilla, el agua de azahar y la naranja, recordé esa vez que de niños mi papá nos llevó  a ver cómo las hacían en uno de los hornos más antiguos de la ciudad, en el barrio del alto. Recuerdo el calor del horno y la luz que se escapaba por los agujeros del mismo y que era la única luz en esa especie de cocina, con una mesa enorme y los estantes con aparatos para preparar el pan. El panadero amasaba y amasaba para luego formar las bolas de masa que después decoró con tiras de masa coronadas con pequeñas bolas que nosotros llamábamos chichitas pero que representaban los huesos de los muertos. Nos fuimos a la casa cargados de ojaldras para la cena, chocolate caliente y ojaldra para la cena, ¿Qué más se podía pedir? 

Se podía pedir que el tiempo se detuviera y que la vida fuera así como era en esos años, pero eso no lo sabíamos y éramos felices. 

Un par de años después mi papá se fue y su primer ofrenda se la pusimos en el patio.

Luego me fui yo, no sé porqué me fui pero me fui sin querer irme, algo que tal vez no pasará el día que de veras me vaya. 

Terminé mis ojaldras y le marqué a mi mamá, su voz de apenas despierta me hace reír, cada vez que la llamo me cuenta más o menos las mismas cosas y casi casi no me deja hablar, platicamos de gatos y de Elli, de mis hermanos y de que otra vez se va a acabar el año y no fui a verla. El covid ma, va a ser un desmadre, ojalá para el próximo año. 

Me siento triste, salgo a caminar entre estos rostros ausentes de emoción, ya no tenían muchas  emociones que digamos pero ahora sólo veo un cubrebocas y ojos emputadizimos. Regreso a casa a ver mis ojaldras ya cocidas, me quedaron re buenas, mi pequeña cocina huele a México, a fiesta incluso enmedio de la despedida.


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