Iran o no?

No sé si José María tendía su cama y lavaba su ropa, si al menos lavaba su plato después de comer, lo que sí sé de José María es que cuando veíamos televisión me acariciaba los dedos de la mano y me abrazaba, después dormíamos un rato juntos y luego, como debe ser entre novios que se respeten, se iba a su casa a media noche (en bici, con lluvia, medio borracho tantas veces).

Él iba a mi casa a la hora en que yo le decía, nunca antes o después, no nos alcanzaban los besos y los muebles de la casa para demostrarnos el amor que nos sentíamos,
-la calentura- decía mi tía Pati, el amor es otra cosa  ¿Ya te propuso matrimonio?
Yo la veía desde mi gran sabiduría juvenil ¡Ay tía, eso está pasado de moda, yo nunca, nunca me casaré!.

Un día quise conocer el mundo de José María o él quiso que lo conociera, la cosa es que nos preparamos una mochila llena de comida y agua y nos fuimos en excursión para su casa, primero me llevó a conocer unos campos de juego de pelota  cerca de la presa, eran apenas unas piedras y me contó la historia del tronco a pedazos que estaba a mitad del camino.
 Fuimos nosotros, mis amigos de bici y yo, que vimos un nahual trepado en el árbol y antes de que él nos jodiera, nos lo jodimos nosotros.
 Un Nahual, estás loco, no existen los nahuales y si existieran, el que te joderá será él, los nahuales son como la energía, si es que  existen.

Después nos fuimos al campo a comer, a tomar cerveza para luego darle a lo nuestro hasta que el sol se fue yendo, le dábamos como se debe y mientras eso pasaba, veíamos lo que había alrededor, piedras y pedazos de madera que  José María metió en un costal que llevaba a todas partes y nos fuimos a su casa.

Pinche Josema  !Es a la vuelta de mi escuela, cabrón¡ ¿Por qué nunca me habías traído?
Porque no habías querido venir ¿Ya  no te acuerdas? Desde que te contaron que aquí era el panteón de los muertos por la varicela en el año de la chingada, la conquista pues, que te da miedo pensar que abajo hay cuerpos de personas que sufrieron.
 Es cierto, ni me acuerdes porque no entro.
 No le saques, no hay nada de raro.

 La puerta estaba toda oxidada pero en algún momento había sido blanca, daba hacia un pasillo con tanques de gas y varias puertas también de metal, de esas vecindades que en los ochentas ya parecían viejas. Abrió la primera puerta explicando que las otras personas que vivían ahí casi nunca salían, sólo de noche salen, así que nomás puedo hacer ruido en la noche porque duermen de día.
 ¿Son veladores o qué?
Velan, si, la salud mental de los hombres.
La salud mental... ah ¿son putas?
Sexo servidoras que les dicen, no les digas putas que suena gacho, además no sabes en qué terminará tu vida
¿Me ves madera de puta?
Dicen por ahí que cada mujer tiene su putita escondida, la tuya me excita.
Cabrón.
Adentró se sentía la humedad de los muros viejos y el olor a tierra mojada, en el centro del cuarto estaba la escultura en la que había estado trabajando en los últimos días, alrededor todas sus herramientas, gubias, mazos, cinceles, clavos, cuchillos y en los muros, cada pedacito de cosa que iba recogiendo, acomodado, según me dijo, así como le iban llegando, pero mirarlo me dejó sin habla, era como una capilla sixtina de la basura, una capilla sixtina mejorada.

Tomó una de sus cajas y me enseñó algunos de sus tesoros, piedras de colores, conchas de mar, pedazos de madera, llaves oxidadas, tubos, costras de  cemento, monedas aplastadas por quién sabe qué fuerzas, pedazos de vidrio y uno de sus tesoros ahí en el fondo era mío, un pedacito de gis que había mordido un día mientras nos amábamos. Cabrón, pensé que me lo había tragado.

Sacó una botella de Charandín y nos la tomamos escuchando a Silvio, yo pensaba qué tristeza que no te guste Morrisey, Silvio me da hueva, lo pensaba pero no se lo dije, era demasiado perfecto.


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