sombras.

Rosa, Miranda, Octavia, Sofía, eran sólo los nombres de esas sombras que a veces se le acercaban en silencio por las noches, jugaban un rato, a veces si el juego era bueno podían quedarse despiertos hasta el amanecer, luego por más que les pedía detalles, de dónde eran, qué hacían cuando no estaban con él, el color de sus ojos, nada, sólo esa voz suave de mujer porque eso eran, ¿Cierto? Sombras de mujeres tal vez rezago de la amiga imaginaria de la infancia que luego fue novia y que ahora ya viejo, se volvía compañera de juegos, la única cosa que todavía hacía en compañía de alguien, desde que decidió que la soledad era como algunos decían, la mejor compañera.
Se enamoró bien joven del trabajo, le gustaba ser parte de algo grande, tan grande que al entrar a la fábrica se sentía como tragado y en esas ocho horas que pasaba ahí entre telares y máquinas de costura, era feliz, no entendía porqué los otros se quejaban y miraban con ansia el reloj, mientras que él salía sintiendo que ya no era parte de nada y se volvía nada con la nada de su casa, con su cama que estando  vacía, hacía más grande su vacío adentro. Fue cuando se buscó una esposa, una de esas mujeres de las que su madre hablaba tan bien, una mujer joven con gusto por la cocina, que sabía coser y remendar calcetines, dispuesta a pasar sus domingos en casa de la familia y despertarse contenta cada lunes para preparar el desayuno y esperarlo al fin del dìa, vestida como a él le gustaba, bueno, como se supone le debía gustar, sus gustos reales se los dejaba a las putas. La fiesta fue como ella quiso que fuera, llena de flores rojas y las personas que tenían que estar, el dinero para la fiesta se iría pagando con su sueldo.
Los primeros meses fueron como esperaba, como le habían dicho que esperara que fueran, pero luego de un año no sabía que hacer con esa mujer perfecta que estaba lista para cocinar y para cuidar a los hijos que tendrían en el futuro, hijos que él no quería tener mientras ella ya sabía hasta el nombre y el color de las recámaras. Buscó un buen pretexto para no llegar tan temprano a casa y estar solo un par de horas al día, las horas extras del trabajo, eso le decía a la mujer pero lo que hacía era ir al mirador de la ciudad y escuchar música, fumarse un cigarro y regresar a casa, ignorar las voces, ignorar la mugre pegada al muro, dormir en el sueño de los que ya han hecho lo que debían hacer por hoy y seguir el camino que se había trazado, sin dudas y sin esperar ningún cambio.

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