Un buen día abrí sin querer la cajita de recuerdos que había escondido perfectamente entre los pliegues de mi cobija para no llorar, debe usted saber cuántas cosas caben en un jarrito sabiéndolo acomodar. Saltaron historias, pedazos de fotos, suspiros, lágrimas y un chingo de risas, una que otra risa se revolcó y no me dejaba leer ni ver las otras cosas que ya abrían las alas y partían hacia otro lado, sabiendo que su vuelo me haría bien, pero yo estiré la mano y las regresé a su lugar, no sin antes contaminarme con esa cosa que algunos llaman nostálgia.

En ese momento me di cuenta de que no se me invitó al funeral de mi vida mágica y perfecta.
 

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